miércoles, diciembre 26

Justo debajo de tus mejillas.

Que en medio de aquel desastre brillaba tu sonrisa y por eso sólo te vi a ti. Y por eso quería encontrarte respirando entre mis sábanas y perderme en tus caderas. Y lamer cada uno de los lunares de tu espalda hasta hacerlos desaparecer. Buscar susurros que te hagan enmudecer, enloquecer. Susurros que sean sólo tuyos, de nadie más. Que quiero volver a encontrarte y perdernos, a oscuras. Y ver tu cuerpo a la luz de las farolas de la calle. Ver tu cuerpo vulnerable, desatado, irracional. Ver tu cuerpo y que sea mío, al menos por una noche. Que quizá no lo sepas, pero es que mis dedos buscan a tientas tu espalda, y mis ganas solo quieren no quedarse en el intento. Que si no estás a veces el mundo es demasiado gris. Y más gris aún cuando no llego a comprender lo que supone tenerte.  Lo que supone verte de lejos, lo que supone mirarte y que hagas ese puto gesto que me se de memoria, ese puto gesto que sólo conozco yo. Que no sabes lo que es mirarte y que estalle tu sonrisa y pensar que el mundo debería acabarse ahora. Que no, que tampoco sabes como asusta. No sabes cuánto asusta querer quedarme a vivir entre tus comisuras, justo debajo de tus mejillas.

Palabras.

Respira, no tengas miedo, terminarán saliendo. Resbalarán por tu nuca hasta tu clavícula y explotarán en tu obligo. Y ahí estarán, mirándote a la cara, esperando que hagas con ellas lo que tanto tiempo llevas queriendo hacer. Y se reirán de ti, se reirán porque verán como en lugar de eso las escondes torpemente en los bolsillos. Las escondes pensando que quizá podrás darles sentido caminando por cualquier callejón, o bebiendo un sorbo de cualquier café demasiado amargo.

No lo sabe, no tiene ni idea. No puede imaginar la temperatura que tenía mi espalda a las dos de la mañana. Tampoco entenderá las vocales que le susurraron mis dedos aquella noche en la que me enamoré de sus hombros, quizá porque estaban en prosa y siempre se le dieron mal los poetas de manos vacías, de manos perdidas. No, no lo sabe. Nunca sabrá de las noches que le esperé en el banco gris leyendo el Epílogo de su libro favorito. Las sonrisas que le dediqué en silencio y las paredes que rompí la noche en que le eché de menos.

Y no lo sabrá porque no quiere saberlo.

Quería saber por qué. Por qué tantas ganas, por qué volar tanto, por qué volar tan alto. ¿Dónde está el vértigo? ¿Qué ha sido de él? “Cogió sus cosas y se fue, esto se le quedaba grande”. “Le echarían tus sonrisas” pensé. 

miércoles, diciembre 12

El escarabajo de Wittgenstein.

"Si digo de mí mismo que yo sé sólo por mi propio caso lo que significa la palabra 'dolor' — ¿no tengo que decir eso también de los demás? ¿Y cómo puedo generalizar ese único caso tan irresponsablemente?
Bien, ¡uno cualquiera me dice que él sabe lo que es dolor sólo por su propio caso!— Supongamos que cada uno tuviera una caja y dentro hubiera algo que llamamos «escarabajo». Nadie puede mirar en la caja de otro; y cada uno dice que él sabe lo que es un escarabajo sólo por la vista de su escarabajo. — Aquí podría muy bien ser que cada uno tuviese una cosa distinta en su caja. Sí, se podría imaginar que una cosa así cambiase continuamente. — ¿Pero y si ahora la palabra «escarabajo» de estas personas tuviese un uso? — Entonces no sería el de la designación de una cosa. La cosa que hay en la caja no pertenece en absoluto al juego de lenguaje; ni siquiera como un algo: pues la caja podría incluso estar vacía. — No, se puede 'cortar por lo sano' por la cosa que hay en la caja; se neutraliza, sea lo que fuere."


Wittgenstein; Investigaciones filosóficas.



Puedo imaginar una isla donde al nacer te den una caja conteniendo un escarabajo. Este objeto sería considerado valioso y extremadamente personal, nadie tiene que verlo. Las cajas podrían contener en el mejor de los casos un escarabajo, pero quizás una hormiga, o una araña. Todos estos animales se cobijarían bajo el concepto de "escarabajo", y por mucho tiempo este concepto tendría un espectro inmenso de colores, formas, tamaños y movimientos; pero nadie llegaría saberlo. Uno podría ver el sol ocultándose y tornarse de color cobre e inmediatamente le haría evocar el color de su "escarabajo", otro podría encontrar una moneda enterrada en la arena y comprobar que tiene el mismo tamaño que el de su "escarabajo". Pero Wittgenstein no parte de los escarabajos, él habla del "dolor": un escarabajo que sólo puede ser visto por mí, que sólo puede ser comparado desde mis sentidos y observado en los límites de la caja que me ha sido encomendada al nacer. Siempre seré incapaz de compararlo con el de otro ya que el hecho de contemplar el mío reafirma la imposibilidad de ver el de los demás. Jamás podré tener una idea de cómo te sientes o sentiste alguna vez, ni tú de lo que ahora me sucede. Porque estamos perdidos en esta inmensa isla, con esto que desde que nacimos llevamos a todos lados. Nuestros escarabajos sólo existen para ser contemplados en soledad, encerrados en sus cajas como una hermosísima joya egipcia. Una belleza que no dejará de aprisionarnos.

miércoles, diciembre 5

Pies fríos y corazón caliente.

Pero es que sólo han sido 53 días. Y cómo escuece la caricia en la mejilla de esa noche en la que no dormí. Que ya sé todo eso de pies fríos y corazón caliente, pero es que entre estas cuatro paredes ni uno ni otro. Ni unos ni otros. 
Que lo he visto, que ya vi a tus ganas por calles oscuras buscando calor. Y joder, no las retienes. En busca de un cuerpo, un atardecer y una mirada. Que se clave en ti. Para siempre. 
Que no. Que en estas pestañas no caben reproches, y en estas caderas se desatan abrazos. Que nunca se dan, que a veces se escapan.
Que no me olvido. Que aún tengo que devolverte las uñas clavadas en mi espalda de esa noche, que sí, que son tuyas. Y las sonrisas también, si las quieres. 
En una caja de música. Como a ti te gusta. 
WebRep
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