miércoles, diciembre 26

Palabras.

Respira, no tengas miedo, terminarán saliendo. Resbalarán por tu nuca hasta tu clavícula y explotarán en tu obligo. Y ahí estarán, mirándote a la cara, esperando que hagas con ellas lo que tanto tiempo llevas queriendo hacer. Y se reirán de ti, se reirán porque verán como en lugar de eso las escondes torpemente en los bolsillos. Las escondes pensando que quizá podrás darles sentido caminando por cualquier callejón, o bebiendo un sorbo de cualquier café demasiado amargo.

No lo sabe, no tiene ni idea. No puede imaginar la temperatura que tenía mi espalda a las dos de la mañana. Tampoco entenderá las vocales que le susurraron mis dedos aquella noche en la que me enamoré de sus hombros, quizá porque estaban en prosa y siempre se le dieron mal los poetas de manos vacías, de manos perdidas. No, no lo sabe. Nunca sabrá de las noches que le esperé en el banco gris leyendo el Epílogo de su libro favorito. Las sonrisas que le dediqué en silencio y las paredes que rompí la noche en que le eché de menos.

Y no lo sabrá porque no quiere saberlo.

Quería saber por qué. Por qué tantas ganas, por qué volar tanto, por qué volar tan alto. ¿Dónde está el vértigo? ¿Qué ha sido de él? “Cogió sus cosas y se fue, esto se le quedaba grande”. “Le echarían tus sonrisas” pensé. 

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