sábado, abril 20

Brindar a destiempo.

Brindar a destiempo se ha convertido en algo tan común que hasta parece normal. Brindar a destiempo suele ir acompañado de abrazar cuerpos a contra-reembolso, y lo que es peor, a veces con intereses.
Brindar a destiempo es sinónimo de no tener nada que decir, de encoger los hombros, de callar cuando deberías gritar y de hablar cuando sólo puedes salir corriendo.
Brindar a destiempo es anteponer la seguridad a la locura, el sueño al insomnio, las sonrisas cuerdas a los suspiros que queman. Brindar a destiempo es buscar lo que te hace bien y dejar a un lado lo que te hace vibrar.
De lo que hablo es de alzar la copa por esa chica que te agrietó el corazón y dedicarle tu mejor sonrisa. Desgastada. Quemada. Rota.
De saber que nunca volverás a querer con la misma intensidad, y mucho menos, tampoco te lo vas a permitir. Pero por el contrario podrás elegir a quién quieres querer. De lo que hablo es de pensar que puedes elegir en el amor.

Brindar a destiempo es dejar que la vida te viva a ti en vez de consumirla tú a ella.
Brindar a destiempo es sinónimo de normalidad.

jueves, abril 18

No recuerdo nada, excepto a ti.

Sólo recuerdo que estaba perdida y te busqué. Pero no conocía tu rostro, y tampoco tu forma, ni tu sonrisa. Y visité muchos sofás, y muchas clavículas, pero es que tu alcoba era la única que tenía respuestas, y tú me dijiste que podía coger las que quisiera. Y eso hice.
Y sólo recuerdo que más tarde no supe qué hacer con ellas, y te las quise devolver. “Son tuyas”, dijiste, como con miedo a tener que volver a hacerte cargo de ellas.

Y yo estaba allí buscándote, porque tú no eras tú, y yo no era yo, y parecía que sólo sabíamos existir en pasado. Y me preguntaba si tus respuestas eran reales o eran consuelo, y supe que nunca lo sabría.

Ojos de hielo.

Tú eras pregunta y yo quería formularte. Tú eras pregunta y también respuesta, y yo quería hacerte parte de mi.

Tú, siempre con esa sonrisa, siempre con esas ganas. Te hacías partícipe del mundo y hasta la soledad suspiraba por poseerte alguna que otra noche.
Tú, que andabas cada rato en un colchón distinto, porque querías absorber, porque si no absorbías no eras tú.
Tú, que pasas por mi lado y tu sonrisa no se borra, pero tampoco nace. Que me estremeces cuando transformas el dolor y lo conviertes en dulce, y entonces yo ya sólo quiero ser dolor.
A ti, que estás aquí cuando no te veo, sólo mírame un rato más.

Tú; que desbordas, arrasas, encoges.

Ojos de hielo, derríteme.

lunes, abril 8

Primero todo, y después nada.

Hablas. Hablas sabiendo que nadie te presta atención, o al menos la atención que a ti te gustaría recibir.

Tus palabras se evaporan y salen a tientas atravesando los cristales de estas cuatro paredes, sin hacer ruido. Tus palabras se escapan buscando un lugar donde esconderse, y ambas sabéis que nunca os volveréis a ver. Y lo aceptas. Y ellas sonríen como quien saborea la libertad por primera vez.
Hablas. Hablas y tus palabras dejan de ser pensamiento para empezar a ser voz. Y se frustran porque al ser voz pierden todo el sentido. Y yo sonrío porque siento que a las mías les pasa lo mismo cuando hablan de ti.

Hablas. Hablas como quien siente que nadie le escucha pero no puede dejar de hablar. Haces pausas de 63 minutos mientras te encargas de buscar un lugar donde tus palabras sean escuchadas.

Hablas como quien sabe que dentro de un rato sus palabras serán recuerdo, y dentro de dos ya no serán nada.
Primero todo, y después nada.

miércoles, abril 3

Ella corría. Sólo sabía correr.

Ella corría escaleras abajo sin mirar atrás. Ella corría como aquellos que corren con prisa pero sin saber a dónde van, como aquellos que corren en días lluviosos sin temor a tropezar. Pisó el sucio asfalto deteniéndose en cada charco, porque si por ella fuera se hubiera parado a nadar en ellos, pero sabía que la poca cantidad de agua no podía abarcar su cuerpo, así como la poca cantidad de corazón no podía abarcar su amor.
Ella corría calle abajo con la ligereza de la soledad en los talones. Corría como los que corren buscando que el viento los despeine. Ella corría con la intención de perder sus zapatos y volver a casa con el maquillaje corrido y la sonrisa profunda, tan profunda que no se pudiera ver.
Ella sonreía. Sonreía porque sabía correr. Lo había olvidado todo excepto eso. Desde que sus manos se marcharon ella sólo sabía correr. Corría mientras follaba, corría durante los desayunos y las cenas, veía películas en las que la gente corre y se metía en la cama con la prisa de los que tienen demasiadas cosas que hacer al día siguiente. Ella había aprendido a correr mientras hacía cualquier otra cosa.


Pero esa noche no fue suficiente.
Esa noche corrió con el peso de la desesperación. Esa noche corrió como los que corren con los ojos cerrados y la boca abierta. Esa noche corrió para no ahogarse, para no encontrarse, para no perderse. Esa noche corrió buscando una salida, o una entrada. Esa noche buscaba un nuevo corazón, más pequeño. O un nuevo amor, más grande. Esa noche buscaba algo hecho a medida.
Y no lo encontró.

Ella corría como los que corren sin saber que se engañan.
Ella corría sin saber que las cosas a medida sólo puede tejerlas uno mismo, porque sólo uno mismo conoce las medidas.

Ella corría demasiado rápido como para darse cuenta.