miércoles, diciembre 26

Justo debajo de tus mejillas.

Que en medio de aquel desastre brillaba tu sonrisa y por eso sólo te vi a ti. Y por eso quería encontrarte respirando entre mis sábanas y perderme en tus caderas. Y lamer cada uno de los lunares de tu espalda hasta hacerlos desaparecer. Buscar susurros que te hagan enmudecer, enloquecer. Susurros que sean sólo tuyos, de nadie más. Que quiero volver a encontrarte y perdernos, a oscuras. Y ver tu cuerpo a la luz de las farolas de la calle. Ver tu cuerpo vulnerable, desatado, irracional. Ver tu cuerpo y que sea mío, al menos por una noche. Que quizá no lo sepas, pero es que mis dedos buscan a tientas tu espalda, y mis ganas solo quieren no quedarse en el intento. Que si no estás a veces el mundo es demasiado gris. Y más gris aún cuando no llego a comprender lo que supone tenerte.  Lo que supone verte de lejos, lo que supone mirarte y que hagas ese puto gesto que me se de memoria, ese puto gesto que sólo conozco yo. Que no sabes lo que es mirarte y que estalle tu sonrisa y pensar que el mundo debería acabarse ahora. Que no, que tampoco sabes como asusta. No sabes cuánto asusta querer quedarme a vivir entre tus comisuras, justo debajo de tus mejillas.

Palabras.

Respira, no tengas miedo, terminarán saliendo. Resbalarán por tu nuca hasta tu clavícula y explotarán en tu obligo. Y ahí estarán, mirándote a la cara, esperando que hagas con ellas lo que tanto tiempo llevas queriendo hacer. Y se reirán de ti, se reirán porque verán como en lugar de eso las escondes torpemente en los bolsillos. Las escondes pensando que quizá podrás darles sentido caminando por cualquier callejón, o bebiendo un sorbo de cualquier café demasiado amargo.

No lo sabe, no tiene ni idea. No puede imaginar la temperatura que tenía mi espalda a las dos de la mañana. Tampoco entenderá las vocales que le susurraron mis dedos aquella noche en la que me enamoré de sus hombros, quizá porque estaban en prosa y siempre se le dieron mal los poetas de manos vacías, de manos perdidas. No, no lo sabe. Nunca sabrá de las noches que le esperé en el banco gris leyendo el Epílogo de su libro favorito. Las sonrisas que le dediqué en silencio y las paredes que rompí la noche en que le eché de menos.

Y no lo sabrá porque no quiere saberlo.

Quería saber por qué. Por qué tantas ganas, por qué volar tanto, por qué volar tan alto. ¿Dónde está el vértigo? ¿Qué ha sido de él? “Cogió sus cosas y se fue, esto se le quedaba grande”. “Le echarían tus sonrisas” pensé. 

miércoles, diciembre 12

El escarabajo de Wittgenstein.

"Si digo de mí mismo que yo sé sólo por mi propio caso lo que significa la palabra 'dolor' — ¿no tengo que decir eso también de los demás? ¿Y cómo puedo generalizar ese único caso tan irresponsablemente?
Bien, ¡uno cualquiera me dice que él sabe lo que es dolor sólo por su propio caso!— Supongamos que cada uno tuviera una caja y dentro hubiera algo que llamamos «escarabajo». Nadie puede mirar en la caja de otro; y cada uno dice que él sabe lo que es un escarabajo sólo por la vista de su escarabajo. — Aquí podría muy bien ser que cada uno tuviese una cosa distinta en su caja. Sí, se podría imaginar que una cosa así cambiase continuamente. — ¿Pero y si ahora la palabra «escarabajo» de estas personas tuviese un uso? — Entonces no sería el de la designación de una cosa. La cosa que hay en la caja no pertenece en absoluto al juego de lenguaje; ni siquiera como un algo: pues la caja podría incluso estar vacía. — No, se puede 'cortar por lo sano' por la cosa que hay en la caja; se neutraliza, sea lo que fuere."


Wittgenstein; Investigaciones filosóficas.



Puedo imaginar una isla donde al nacer te den una caja conteniendo un escarabajo. Este objeto sería considerado valioso y extremadamente personal, nadie tiene que verlo. Las cajas podrían contener en el mejor de los casos un escarabajo, pero quizás una hormiga, o una araña. Todos estos animales se cobijarían bajo el concepto de "escarabajo", y por mucho tiempo este concepto tendría un espectro inmenso de colores, formas, tamaños y movimientos; pero nadie llegaría saberlo. Uno podría ver el sol ocultándose y tornarse de color cobre e inmediatamente le haría evocar el color de su "escarabajo", otro podría encontrar una moneda enterrada en la arena y comprobar que tiene el mismo tamaño que el de su "escarabajo". Pero Wittgenstein no parte de los escarabajos, él habla del "dolor": un escarabajo que sólo puede ser visto por mí, que sólo puede ser comparado desde mis sentidos y observado en los límites de la caja que me ha sido encomendada al nacer. Siempre seré incapaz de compararlo con el de otro ya que el hecho de contemplar el mío reafirma la imposibilidad de ver el de los demás. Jamás podré tener una idea de cómo te sientes o sentiste alguna vez, ni tú de lo que ahora me sucede. Porque estamos perdidos en esta inmensa isla, con esto que desde que nacimos llevamos a todos lados. Nuestros escarabajos sólo existen para ser contemplados en soledad, encerrados en sus cajas como una hermosísima joya egipcia. Una belleza que no dejará de aprisionarnos.

miércoles, diciembre 5

Pies fríos y corazón caliente.

Pero es que sólo han sido 53 días. Y cómo escuece la caricia en la mejilla de esa noche en la que no dormí. Que ya sé todo eso de pies fríos y corazón caliente, pero es que entre estas cuatro paredes ni uno ni otro. Ni unos ni otros. 
Que lo he visto, que ya vi a tus ganas por calles oscuras buscando calor. Y joder, no las retienes. En busca de un cuerpo, un atardecer y una mirada. Que se clave en ti. Para siempre. 
Que no. Que en estas pestañas no caben reproches, y en estas caderas se desatan abrazos. Que nunca se dan, que a veces se escapan.
Que no me olvido. Que aún tengo que devolverte las uñas clavadas en mi espalda de esa noche, que sí, que son tuyas. Y las sonrisas también, si las quieres. 
En una caja de música. Como a ti te gusta. 
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sábado, noviembre 24

Azoteas.

Azoteas. Azoteas vacías. Azoteas que ya no recuerdan tu cuerpo sobre el mío. 
"Te dejaste el café en la azotea." Allí está bien, mejor sin mí, sin ti. Quizá así no se enfríe. Ya no es nuestro, créeme. Ya no estamos allí. 

Mis manos ya no escriben, ni hablan. Pero piensan. Joder si piensan. Y cómo duele, cómo desgarra. 

Estaba tan escondida que ni siquiera vio la luna. "Una pena". Pena. Sí. Una pena. Entre susurros. No susurres. No a mi.

domingo, noviembre 18

Tu sonrisa de perfil.

Las ventanas están mojadas y yo quiero que se empañen. Porque me gustan empañadas, porque me recuerdan al calor en invierno, a nuestros cuerpos debajo de un millón de mantas, a nuestros cuerpos temblando entre sudor y mordiscos. Las ventanas están mojadas y las gotas de lluvia derrapan por ellas, y las detesto porque algunas son demasiado largas y otras me hablan de ti. Dibujan letras, palabras, frases quizás, y yo sólo veo tu sonrisa de perfil al cerrar los ojos. Esa sonrisa de perfil que me dedicas en las despedidas. Es casi mecánico. Miras al suelo, me miras y de nuevo al infinito, luego aparece esa sonrisa y clavas tus ojos en mí. Y me dejan sin aliento, sin cordura, sin razón. Y de nuevo tu boca, y tu lengua, y el jodido vértigo al besarte. 

Aunque tú no lo sepas te imagino así, despertando y mirando al techo, mirando a nada, pensando en mi, deseando mis manos desde antes de abrir los ojos, en sueños quizás, quizá en esos que nunca recuerdas pero están, están ahí, en alguna parte, en ningún lugar. 

Y me veo adormilada junto a ti, rozando tu pelo, eligiendo las partes de tu cuerpo que serán mías esta noche. Y creo que sí, que me encuentro en el centro de lo sublime cuando tu respiración se convierte en la banda sonora de mis manos.

martes, noviembre 6

Sólo el amor es duro.

Si alguna vez no hubieses existido,
si el calor de tus muslos no me hubiese 
buscado como un látigo preciso 
y mis ambigüedades electivas 
-los días más oscuros de mí mismo- 
no te hubiesen tenido como saldo 
de afirmación o excusa, 
es posible
que este volver a casa en soledad
y demasiado pronto,
me recordase ahora un poco menos
al joven que apostaba por el mundo,
con el mundo a su espalda.

Sólo el amor es duro.
Metidos en la noche, regresando
entre la potestad y la mentira,
hablamos del poder o de los sueños
al hablar del abrazo.
Y no lo sé tal vez, no sé si me recuerdo
prisionero de un cuerpo o libre junto a él,
buscando salvación o en servidumbre,
miserable y maldito, pero atónito.

Quizás sólo se trata de que no estás aquí,
de que perder es duro para todos
y el amor me hace falta, como sabes.
Quizás contigo estuve
tan demasiado cerca de tu reino,
que necesito ahora desmentirte,
utilizar los trucos que uno tiene
para poder seguir.

Porque somos así seguramente,
huellas equivocadas,
solitarias hogueras de un camino,
paraísos de cuatro habitaciones
que sólo se comprenden
después de haber firmado muchas veces,
precisamente ahí,
donde pone El viajero.

Y a mí, ya que prefiero escoger mis derrotas,
quiero que me recuerdes derrotado,
como quien algo espera
más allá de los tiempos y los hechos.
Quizás porque haga falta haberlo presagiado
o porque, en todo caso, nadie sabe
dónde acaban los sueños.

sábado, noviembre 3

La idea del eterno retorno.


La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido va, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?

El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.

¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno?

Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable.

Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses.

Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto a como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.
Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht).

Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad.

¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?

La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.

Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.

Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?

Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo. A su juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los polos de la contradicción era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante división entre polos positivos y negativos puede parecernos puerilmente simple. Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad?

Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo.

¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones.


La vida humana acontece sólo una vez y por eso nunca podremos averiguar cuáles de nuestras decisiones fueron correctas y cuáles fueron incorrectas. En la situación dada sólo hemos podido decidir una vez y no nos ha sido dada una segunda, una tercera, una cuarta vida para comparar las distintas decisiones.

En 1618 los estados checos le plantaron cara a la situación, decidieron defender sus libertades religiosas, se enfadaron con el emperador que residía en Viena y tiraron por la ventana del castillo de Praga a dos de sus altos funcionarios. Así empezó la guerra de los treinta años que condujo a la casi completa destrucción de la nación checa. ¿Debieron haber tenido los checos en aquella ocasión más prudencia que arrojo? La respuesta parece sencilla, pero no lo es.

Trescientos años más tarde, en 1938, tras la conferencia de Munich, el mundo decidió sacrificar su país a Hitler. ¿Debieron haber intentado luchar por su propia cuenta contra una fuerza ocho veces superior? A diferencia de 1618, aquella vez tuvieron más prudencia que arrojo. Con su capitulación empezó la segunda guerra mundial que condujo a la pérdida definitiva de la libertad de la nación por muchos decenios o siglos. ¿Debieron haber tenido entonces más arrojo que prudencia? ¿Qué debían haber hecho?

Einmal ist keinmal.
Lo que sólo ocurre una vez es como si no hubiera ocurrido. La historia de los checos no se repetirá por segunda vez, la de Europa tampoco. La historia de los checos y la de Europa son dos bocetos dibujados por la fatal inexperiencia de la humanidad. La historia es igual de leve que una vida humana singular, insoportablemente leve, leve como una pluma, como el polvo que flota, como aquello que mañana ya no existirá.

miércoles, octubre 24

Cápsula de Ilusión.


El otro día me encontré esta caja en la facultad, en una de las mesas comunes. No sé si me hizo más ilusión por lo que contenía o porque realmente esto pase en la vida real y no solamente en las películas. 

Al abrirla te encontrabas con las instrucciones del juego, las cuales decían entre otras cosas que aquél que la encuentre debe meter ilusión y dejarla en cualquier otro lugar para que otra persona la encuentre de nuevo. 

Pasé unos veinte minutos leyendo todos los post-its que habían dentro, con frases desde "Sonríe, es gratis" y "No me puedo creer que esto exista de verdad..." hasta chistes estúpidos que también me sacaron media sonrisa. 

El otro día, sonreí y me llené de ilusión, el otro día era un día triste y sonreí. El otro día, desconocidos me regalaron sus palabras sin pedir nada a cambio, sólo por el mero placer de provocar una sonrisa.

Ahora viene cuando tú coges una caja pequeña, le pegas una pegatina que ponga "Cápsula de Ilusión" y le das vida a este movimiento.

¿Hay algo que valga más que una sonrisa?

martes, octubre 23

De las dudas infinitas.

Muévete. Corre. Ve a doscientos. Haz algo que te apasione, métete en un mundo donde yo sea la segunda opción. Por unas horas haz algo que nunca quieras dejar de hacer. No lo hagas por impresionarme, olvídate de mi, olvídate de que existo. No vivas para mi. Por unas horas, haz que tu expresión denote ausencia. Conócete. Realízate. Acéptate. Siéntete segura. Vuelve a enamorarme de lejos, sólo porque te admire.

Esto sólo funcionará si lo estás haciendo de verdad, si en ese momento no quieres que te moleste, si estás viviendo tanto que no necesitas a nadie más a tu lado, ni siquiera a mi.

Déjame observarte, me parece atractivo lo que haces, cómo te comportas. Me parece atractivo tu papel, me parece atractivo ese mundo en el que te has perdido.

La ausencia es la delatora de los sentimientos.

La ausencia es la delatora de los sentimientos. Es la llama que muestra el dibujo trazado con zumo de limón en mi corazón. A simple vista, la pluma mojada en el ácido líquido no dejó huella en mí. Sin embargo, la ausencia, la distancia, el desamor, desvelarán lo escrito en todo su esplendor, mediocridad o inexistencia. Cuando la mano que manejó la pluma se encuentra lejos, y no la siento sobre mí, llega el fantasma de su no presencia con un candil. Y, a fuerza de desgarrar mi alma, de quemarme por dentro, sé que quiero a alguien, o qué sé yo. Es otra relación de dependencia: necesito estar lejos de la que duerme conmigo para cerciorarme de que quiero seguir soñando a su lado. Si no aparece ese fantasma, está claro: nada me corroe, soy hielo que flota sobre el agua plácidamente. 

No es fácil notar la textura del cariño en mi piel cuando estoy cubierto por la miel de sus caricias. Lo físico y lo espiritual se confunden en una bañera de agua tibia.
Es sencillo sentir calor, e identificarlo con algo más profundo, cuando su roce quema mis entrañas, cuando entro en sus entrañas. Sin embargo, en el momento en que su calidez corporal desaparece, se aleja de mi, sólo sabré que la llama existe si aparece el fantasma del candil, con el fuego de la ausencia doliente, de la desazón y de la lágrima nacida de la chispa, e incendia mi corazón, la noche y el día. Luego, cuando ella vuelva, el fantasma se irá de nuevo y ya no veré el dibujo tatuado con zumo de limón en mi corazón hasta su próxima ausencia, o hasta que la llama, de tanto acercarse, queme ese amor y no la necesite nunca más.

Con los ojos vendados.

El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido.

lunes, octubre 22

Los Menonitas.

Los Menonitas son miembros de una Iglesia Protestante que proviene de Menno Simonsz (lider Anabaptista neerlandés, 1496-1561).


El Menonismo es una doctrina que respeta la autoridad de las Escrituras, el ejemplo de la Iglesia primitiva y el bautismo como una confesión de fe. Sigue la palabra de Dios, el camino de la rectitud y el trabajo y la renuncia a los placeres y a las comodidades. 

Viven aislados de la sociedad en pequeñas comunidades. Los vicios y el confort son considerados pecados y solamente se valora el esfuerzo, la tenacidad, el trabajo de sol a sol e ir a misa los domingos.

No utilizan electricidad salvo para algunas tareas laborales y sólo tienen tres feriados al año: Pascuas, Navidad y Año nuevo.

Es una comunidad que valoriza la vida simple, que no participa en acciones bélicas y que se caracteriza por su fe, el silencio, el trabajo y el sacrificio.

En las colonias Menonitas, el obispo de la Iglesia representa la ley y la autoridad máxima; y de él dependen siete ministros que no pueden renunciar a su cargo y que son elegidos espontáneamente por la comunidad.

Las faltas son castigadas con una condena social, dentro de la colonia, que les permite relacionarse con sus familias directas y les impide conectarse con sus parientes indirectos y sus amigos.

El idioma es alemán bajo, una lengua en desuso y sólo los adultos varones aprenden a hablar español.

Las viviendas tienen techos de chapa, chimenea de ladrillos y revoque de cemento pintado de verde, azul o gris.
Se podría afirmar que son una comunidad autosuficiente ya que cada casa tiene su huerta, sus animales y hasta una vaca lechera.

Se trasladan en carros tachados con ruedas de acero, tirados por caballo y en chatas sin techo. Usan lavadoras de madera y las mujeres tienen prohibido cortarse el pelo.

Las colonias tienen varios colegios donde los  niños, separados por sexo, ingresan a los seis años y terminan sus estudios a los 17. Tienen libros que proporciona la comunidad y sólo aprenden lo que el obispo determina.
Las diversiones son escasas, los jóvenes pueden pasear o juntarse para escuchar música, aunque está prohibida, al igual que las relaciones sexuales entre novios.
No permiten que los niños tengan al alcance periódicos o cualquier tipo de cosa que les proporcione información del exterior.

La mujer Menonita vive recluida y está excluida, principalmente por no saber el idioma; no tienen poder de decisión sobre su propio dinero heredado, que manejan sus cónyuges; y sólo crían a sus hijos y realizan las tareas hogareñas. Los jóvenes trabajan para sus padres hasta los 18 años, luego si no están casados, la mitad de su sueldo continúa siendo para ellos.

Estas son algunas de las características que tiene esta doctrina en pleno siglo XXI. 

¿Qué pensáis de ello? 

martes, octubre 16

¿Sabemos reconocer la belleza?


¿Somos capaces de reconocer el talento? ¿Nos pararíamos a disfrutarlo?

Para contestar a estas preguntas, el Washington Post preparó un concierto de violín en la céntrica estación de L'Enfant Plaza, en la capital de Estados Unidos, Washington. Se trataba de averiguar cuántas personas perciben la música; cuántas reconocen esa música como bella; cuántas se pararían a escucharla y cuántas darán un donativo.

Sería interesante, antes de continuar leyendo, que cada lector se hiciera la pregunta: ¿Qué ocurrirá? Veamos lo que el director de orquesta Leonard Slatkin contestó a esa misma pregunta: "Creo que quizás 35 ó 40 reconocerán la calidad. Unos 75 ó 100 se pararán para escuchar la música unos minutos. Y entre todos donarán unos 150 dólares".

Veamos qué ocurrió. Estación de L'Enfant Plaza, 07:51 de la mañana de un frío 12 de enero de la ciudad de Washington. Un joven llamado Bell, vestido con pantalones vaqueros, una camiseta de manga larga y una gorra entra en la estación, desenfunda su violín y comienza a tocar.
Y esto fue lo que ocurrió. Pasaron tres minutos y 63 personas hasta que alguien percibiera la música por primera vez. A los 43 minutos habían pasado ante él 1.070 personas. Sólo 27 personas le dieron dinero, la mayoría sin pararse ni un segundo. En total, recogió de la funda del violín 32 dólares y 17 céntimos. Muy lejos de los 150 dólares previstos por Leonard Slatkin. Y muchos más lejos de los 100 dólares de media, y por asiento, que sólo unos días antes habían pagado por escucharle tocar en el Boston Symphony Hall, que, ese día, registró un lleno completo. 
Porque el joven Bell, que tocaba en la estación de metro con camiseta y gorra, no era otro que el virtuoso y famoso violinista Joshua Bell. El mismo que interpretó la parte solista de la maravillosa película "El violín rojo". Película que recibió un Óscar a la mejor banda sonora. El mismo que, una fría mañana de enero, interpretó, en la estación de metro, una partitura de Johann Sebastian Bach, seguida del Ave María, de Schubert. Y los interpretó, nada más y nada menos, que con un Stradivarius de 1713 valorado en más de 8 millones de dólares. Y todo por 32 dólares y 17 céntimos.

Todos creemos que somos capaces de reconocer lo bello; pero, ¿Lo somos?

lunes, octubre 15

El superhombre de Nietzsche.

El filósofo alemán Friedrich Nietzsche pronunció la célebre afirmación de que Dios ha muerto, y, por esta razón, muchos lo consideran nihilista, partidario de la postura de que nada importa. Pero el nihilismo fue su punto de partida, no su conclusión. Su objetivo era rescatarnos de él, no conducirnos a él. Al decir que Dios ha muerto, Nietzsche atrae nuestra atención hacia una crisis de valores. 

Nosotros, los modernos, argumenta, hemos atravesado la ilustración y ya no podemos seguir apoyándonos en el viejo sistema de valores, basado, como está, en la superstición religiosa. Si no tenemos ningún sistema de valores, entonces estamos verdaderamente condenados, perdidos en un mar nihilista. Lo que necesitamos es algo más que humano, un creador de nuevos valores en el mundo, un ser auténticamente libre, que elija lo que importa, y viva como quiera. Es el superhombre. 

Antes de llegar a la conclusión de que es algo así como un hombre perfecto, ten en cuenta que lo encontrarías completamente aterrador. El superhombre, según Nietzsche, es un guerrero, un conquistador, una concentración de ego, que sólo se preocupa de sí mismo y de sus asuntos personales. Tú y yo quedaríamos aplastados bajo sus pies como los despreciables gusanos que somos. 

Nietzsche se erigió en el centro de una acalorada polémica debido al Superhombre. Es cierto que algunas partes de su pensamiento fueron usurpadas por los nazis y, más adelante, mal interpretadas por muchos de sus ingenuos seguidores. Todo esto hubiera asqueado a Nietzsche. Dedicó una sarta de palabras a los racistas en general y a los nacionalistas alemanes en particular. Ambos tipos de necios, opinaba él, eran demasiado humanos.

"La vida moderna ha acabado con los ángeles y las supersticiones, y Nietzsche llena el vacío con una versión magnificada y más perfecta de nosotros mismos"

El dilema del tranvía.

El dilema del tranvía es un experimento imaginario pensado para ilustrarnos sobre nuestras intuiciones morales. Fue articulado por primera vez por Philippa Foot y su forma básica es la siguiente: un tranvía circula fuera de control por una vía. En su camino hay cinco personas atadas a los raíles. Afortunadamente, es posible mover una palanca que desviará al tranvía por otra vía diferente. Desgraciadamente, hay una persona atada a esa otra vía que morirá si mueves la palanca. 

¿Qué deberías hacer? La mayoría de las personas opinan que es correcto mover la palanca. Si estás relacionado con la ética utilitarista, según la cual un acto es correcto en la medida en que aumenta la felicidad en general, parece que su deber es cambiar el curso del tranvía. Sin embargo, Judith Jarvis Thompson sugiere una interesante variación del dilema del tranvía, que demuestra que nuestras intuiciones utilitaristas no son completamente fiables. El argumento es el mismo, excepto que esta vez eres tú el que se encuentra en un puente debajo del cual va a pasar el tranvía, y hay un hombre a tu lado. La única manera de salvar a las cinco personas es empujar al hombre a las vías, para que de ese modo el tranvía pueda detenerse. ¿Es esto lo correcto? El cálculo moral parece similar: una persona es sacrificada para salvar a cinco. Pero, esta vez, la intuición moral es diferente: las personas suelen pensar que no sería correcto empujar al hombre desde el puente.

¿A qué se debe esto?